martes, 21 de febrero de 2017

Pasos perdidos

-¿Sabes una cosa?

-¿Qué?

Dejó la taza de café sobre la mesa con un vago gesto de cansancio, apenas perceptible.

-Creo que he olvidado cómo perderme.

La sorpresa apareció en dos trazos fina y curva sobre los rasgos apacibles del rostro de ella. Dio un sorbo de café a su vez y respondió con la calma de quien esperaría una pregunta así como una pregunta cualquiera.

-¿A qué te refieres?

-Pues a que todo en esta ciudad me sabe igual cuando me dejo llevar. Ya no me encuentro con calles que no hubiese pisado antes una y otra vez, ya… no me llevo sorpresas –alzó el café hacia los labios y bebió mientras inspiraba por la nariz-. No sé si me explico –suspiró.

-Creo que… a pesar de que lo haces inconscientemente, sigues yendo por los mismos sitios aunque quieras variar. A lo mejor es como si los hubieses dado por perdidos, o poco interesantes. Quizás, simplemente, no querías salirte mucho de la zona de confort.

Bufó.

-Hace mucho que no me muevo de mi zona de confort, pero es que no lo intento.

-¿Entonces? –rió ella, no con sorna exactamente, pero…

-Bueno, igual no es algo que decida yo. No sé si quieres entenderme.

-Sí, sí, perdona. Entiendo lo que dices, pero… ¿por qué no lo has intentado? Igual necesitas hacerlo a propósito, de forma menos natural.

-¿Forzar la maquinaria?

-Diría más bien que es hacerlo sin tener que esperar a que se te ocurra mágicamente.

Asintió. Callaron unos segundos mientras, distraídamente, seguían vaciando lentamente las tazas en sus manos y se fijaban muy levemente en una música que no conocían de nada en absoluto. Esa pequeña fracción de sus cerebros que pensaba por su cuenta optó por cavilar sobre qué significaba prestar atención a una canción que no habían escuchado jamás antes: ella probó a relacionar esas notas desconocidas con todo aquello que ya conocía, como si simplemente fuese una pequeña parte de un mismo esquema sonoro, y esas canciones desconocidas fuesen el verso que nunca consigues descifrar del todo cuando escuchas; él partía su mente en partes finas como plumas para atender a los instrumentos y sus infinitos matices, analizando la técnica y la procedencia de todos esos elementos, como si intentara comprender una conversación en un idioma desconocido solamente por las inflexiones de la voz y la emotividad de los hablantes. Era, hasta cierto punto, razonable.

Su línea de pensamiento se descolgó por unas piernas imaginarias y decidió, venga, por qué no, posarse en el suelo de nuevo. Levantó la vista otra vez y se fijó en que tenía las gafas sucias.

-¿A ti también -empezó casi entre dientes mientras se quitaba las gafas y buscaba un pañuelo en sus bolsillos traseros-… te ha ocurrido algo parecido alguna vez? –echó vaho en los cristales y frotó con el pañuelo recién rescatado de su bolsillo izquierdo mientras fijaba su mirada neblinosa de miope en la cara de ella. Era inconsciente, aquello de esforzarse más en atender cuando tenía sus sentidos limitados en momentos como aquel.

A ella le pilló la pregunta con la taza en la boca.

-Mmm –tragó y bajó la taza-. Sí, no me parece nada tan raro. En realidad, no creo que ni siquiera a ti te abrume tanto.

-Ah, no, tampoco me mata. Pero bueno, me molesta, no sé… Me gusta mucho Valladolid, me gusta conocerla bien, y se me daba bien perderme por ella, pero no sé qué clase de… facultad he perdido –rió.

Ella sonrió a su vez.

-Creo que necesitas creerte un poco menos seguro.

-¿Cómo dices?

-Necesitas… a ver cómo me explico. Creo que ahora mismo necesitas dejar de pensar siquiera en que estás confiado, dejar eso a un lado. Sólo… olvídate, y… espera a que la aventura llame a tu puerta.

Rió. Suavemente, pero rió de verdad.

-Me gusta la idea. ¿Así que crees de verdad que será así de sencillo?

Mecadena vació la taza y se levantó de la silla.

-Mateo, nunca ha sido complicado. Simplemente, déjalo suceder.


Salió de escena.

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